La actual crisis ha traído a Europa –además de los apuros económicos- conflictos internos y arreglos de cuentas. Como botón de muestra, dos cartas publicadas en el semanario alemán Stern. La primera, de un tal Walter Wuellenweber:
»Queridos griegos: desde 1981 pertenecemos a la misma familia. Nosotros, los alemanes, hemos aportado al Fondo común cerca de doscientos mil millones de euros, mientras que Grecia ha recibido cerca de cien mil millones… En verdad, sois unos familiares muy caros.
»Nadie os obligó a evadir impuestos, oponerse a cualquier reducción del gasto público ni a elegir los gobernantes que habéis tenido y seguís teniendo.
La segunda, del griego Giorgios Psomás:
»Querido Walter: Soy funcionario público y mi sueldo es de 1.000 euros. Nosotros les hemos concedido a Uds. un montón de privilegios, como ser nuestros principales proveedores de tecnología, armas, infraestructura (autopistas y grandes aeropuertos), telecomunicaciones, productos de consumo… incluso nos han vendido barcos de guerra para el desguace y unos cuantos submarinos fuera de servicio. Al desastre de Grecia contribuyeron mucho algunas empresas alemanas que pagaron grandes comisiones a nuestros políticos para asegurarse los contratos o para vendernos de todo.
Pero Giorgios no se queda ahí. Saca el retrovisor y escribe:
»Las reparaciones que debe Alemania a Grecia por las confiscaciones, persecuciones, muertos (1.126.000 y de ellos 39.000 ejecutados), destrucciones de pueblos, rutas, puentes, líneas ferroviarias o puertos que produjo el III Reich ascienden (según estimaciones hechas en su día por los Aliados) a más de siete mil millones de dólares, de los cuales Grecia no ha visto ni un solo billete.
Ya metido en la deriva “histórica”, Giorgios acaba por reclamar “la vuelta a Grecia de las innumerables obras de nuestros antepasados que están en Alemania”.
Yo añadiré solo una cosa: por este camino del agravio –que iniciaron ya antes de la crisis los del Norte contra los países periféricos- iremos al desastre.