Resulta sospechoso que las instituciones financieras hablen de “productos”. Llegas a la sucursal en donde tienes guardados los ahorrillos y el director de la misma te dice: “Tenemos unos productos seguros y rentables que le pueden interesar”. Pero los productos de verdad: la merluza que vende del pescadero, el filete de la carnicería, las naranjas del frutero, el piso por el que pagamos la hipoteca… son, todos ellos, productos que se pueden ver y tocar, y los que nos ofrece el banco no se tocan, no se ven… y a veces ni se huelen.
Producto: cosa producida, dice don Julio Casares. Y la basura empaquetada de Lheman Brothers o la pirámide de Bernard Madoff (generoso, respetado, excelente jugador de golf… han dicho sus vecinos de Palm Beach) no eran “cosas”, eran ficciones. Productos, sí, pero de la imaginación.
En el caso de Madoff, la SEC (el equivalente norteamericano de nuestra CNMV) no sabe cómo este personaje pudo montar una estafa de 50.000 mil millones de dólares, pero reconoce que le habían llegado denuncias desde 1999… claro que Shara Madoff (sobrina del ilusionista) estaba casada con un inspector de la SEC. Como se ve, en todas partes se cuecen las habas del nepotismo. Incluso el fiscal general, Michael Mukasey, se ha tenido que inhibir en la investigación porque su hijo Mark trabaja en un bufete que defiende a uno de los implicados en la estafa.
John McCain había dicho en plena campaña que pensaba echar a Christopher Cox de su cargo (Presidente del SEC). Y McCain debía de saber muy bien porqué. Porque ésa es otra: ¿quién controla a los controladores? Conviene recordar que estos “productos-basura” estaban todos ellos clasificados AAA, la categoría más segura. No deja de extrañar que los directivos de estas empresas calificadoras no hayan entrado todavía en prisión.