Castristas

Un líder debe pensar sólo
en tres cosas: en él, en él y en él

Sentencia atribuida a Fidel Castro

Lo primero y principal que es preciso recordar al hablar de los resultados electorales del 1 de noviembre en Cataluña es que el 45,26% de los catalanes llamados a las urnas no votaron a ninguna candidatura (se abstuvieron o votaron en blanco). De donde se deduce que los nacionalistas de toda laya (CiU + ERC) no movilizaron hacia sí ni el 25% del electorado (concretamente el 24,95%). La otra opción de Gobierno, es decir, la reedición del tripartito, sólo cuenta con el 27,51% del electorado.

A estas alturas, está claro, como el agua clara, que la clase (mejor sería llamarla casta) política catalana está ensimismada y es endogámica. Por eso la reedición del tripartito muestra hasta qué punto les importa un bledo la desafección mostrada por el electorado hacia unos políticos enredados en sus discursos identitarios y en sus miserias en pos del poder. Son esos políticos los que aprobaron en el Parlamento Catalán un Estatuto, por sí y ante sí, descaradamente anticonstitucional (septiembre de 2005) y lo aprobaron con el 90% de los escaños a favor, y poco les importó que ese Estatuto (ya recortadas en las Cortes las más notables estridencias anticonstitucionales) fuera apoyado en las urnas tan solo por un tercio del electorado en el referéndum de junio (2006).

Como era obvio, el PSC de Cataluña y no el socialismo catalán –dado que hoy esta sigla y este espacio político no van juntos- ha sido el gran derrotado en estas elecciones. Ha perdido casi 250.000 votos y ha mostrado una falacia: la de haber intentado presentar a Montilla como el factor de atracción para los emigrantes del resto de España y de sus hijos. Todo ello representa un paso más en el proceso de deterioro del actual PSC y de su clase dirigente, y manifiesta que la deriva nacionalista que ese partido tomó hace tiempo no ha hecho más que incrementar el divorcio con sus potenciales electores y con su propia militancia.

El fracaso electoral del PSC, la poca sustancia de Montilla, Zaragoza, De Madre, Iceta y otros hijos políticos de José María Sala no es nada comparado con la confusión ideológica y política que ellos han creado, donde no se sabe qué quiere decir la palabra catalanismo y tampoco cómo se conjuga ese catalanismo con el socialismo, cualquiera que sea el sentido que se le quiera dar a este último concepto.

En verdad, ni los más sesudos analistas son capaces de elucidar cuáles son las diferencias entre catalanismo y nacionalismo. Ambos toman a Cataluña como un ente por encima de la vida y de la Historia, ambos creen que la lengua catalana es la esencia de una identidad, ambos están en contra del bilingüismo, ambos niegan la pertenencia a la cultura catalana de escritores que se expresan en castellano, ambos miran a España con recelo. Unos (los catalanistas) con la intención de colonizarla y otros (los nacionalistas) con el propósito de crear un Estado independiente. Y de esa confusión, de ese entreguismo ¿cómo podían esperar los socialistas alguna movilización, por ejemplo, en el cinturón de Barcelona, donde más del 60% de los habitantes siguen teniendo como lengua materna el castellano?

El proceso estatutario, que se llevó por delante a Maragall y al tripartito, ha desgastado al sistema político catalán creando un malestar creciente en la ciudadanía. En estas circunstancias de desafección electoral y de desprestigio, lo más lógico y conveniente para el PSC y para el PSOE hubiera sido una «gran coalición» con CiU pero, claro, tal solución hubiera dejado a Montilla en un segundo plano… ¡Eso nunca! Han gritado los icetas. Por eso, por sólo pensar en sí mismos y en sus poltronas, se reedita el tripartito, aunque tal reedición deje a Zapatero y a su Gobierno a los pies de los caballos… a no ser, claro está, que puestos a reeditar, el PSOE se decida por reeditar su Federación Catalana y acabemos, por fin, con esta triste broma.

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