“Más ayudas para el cine de mujeres”. “La discriminación positiva llega a la gran pantalla”. Son titulares que leo en un periódico de vocación nacional. La información se ilustra con una foto de Isabel Coixet dirigiendo una toma… y al verla me digo: ¡que Dios nos proteja!
El mismo diario recoge las quejas que el Director General, Ignaci Guardans, expresó ante la Comisión de Cultura del Congreso: “la cuota de mercado interno del cine español es la más baja de Europa”. Por algo será, añado yo.
No puedo entender que se hable de “cine de mujeres”, como no puedo entender que se hable de “literatura”, de “pintura” o de “arte” “de mujeres”, porque el arte carece de sexo y la única diferencia entre una creación artística y otra es la calidad, siendo ésta producto de la sensibilidad y del talento de cada creador… Y el talento y la sensibilidad no se reparten entre los humanos en función de lo que cada uno de ellos lleva entre las piernas.
El feminismo de la paridad (muy alejado del feminismo clásico, que era el feminismo de la igualdad) ha resucitado, pro domo sua, un concepto tan obsoleto como éste de la discriminación positiva. Discriminación ya desechada allí donde se ha puesto en práctica a causa de sus efectos perversos. Por ejemplo, en los EEUU la “discriminación positiva” quiso beneficiar a los negros en su acceso a la Universidad, pero perjudicó muy injustamente a los aspirantes de origen asiático.
La discriminación (sea o no positiva) choca de frente con el principio de mérito y capacidad (recogido, por cierto, en nuestra Constitución), produciendo injusticias sin cuento. Mas a los y las progres (que no progresistas) que nos gobiernan poco parece importarles la vieja aspiración socialdemócrata de igualdad de oportunidades, que es precisamente lo contrario de la discriminación.