El endurecimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) aprobado por el Consejo Europeo en octubre de 2011 y el Pacto Fiscal (PF) aprobado por veinticinco estados de la UE el pasado mes de febrero (ambos patrocinados por Alemania) representan, aparte de ciertas incoherencias internas, la implantación de unas políticas restrictivas que, de mantenerse mucho tiempo, pueden llevar a la UE a la ruina.
Desentenderse del crecimiento cargando la mano exclusivamente en la reducción del déficit público no sólo se contradice con las más elementales reglas de la macroeconomía, también apuesta por alargar la recesión y sus secuelas en forma de pobreza, desempleo y deterioro económico de las clases medias. Y esto no lo afirma ningún ideólogo izquierdista sino un reciente trabajo (Expansionary austerity: new international evidence) publicado por el FMI, en el cual se analizan los resultados de 173 programas de “consolidación fiscal” realizados en diecisiete economías avanzadas durante los últimos treinta años.
La primera conclusión a la que llega el estudio es que esas “consolidaciones” siempre provocan desempleo y reducción de los salarios (los beneficios también caen, pero menos). La segunda es que no existe evidencia empírica de que la caída del gasto público sea compensada con un aumento de la demanda efectiva privada (consumo más inversión). Por otro lado, estos efectos recesivos se multiplican cuando son muchos los países que aplican estas recetas a la vez. Sobre todo si sus economías están tan interrelacionadas como las de la UE. La tercera conclusión del estudio es aún más desoladora: las consolidaciones fiscales aumentan el desempleo tanto a corto como a largo plazo.
A don José Echegaray, que en su tiempo era partidario de políticas parecidas a éstas (“El santo temor al déficit”, decía él) le dieron el Nobel… pero de Literatura.