El cónsul de Sodoma

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Jaime Gil de Biedma

Hasta que se inició el reinado de Jordi Pujol, la mejor manera de escapar de la cutrez patria era vivir en Barcelona (o visitarla). En efecto, durante buena parte del tardofranquismo e incluso durante la Transición, Barcelona fue un oasis de Cultura y de Libertad, antes de que el pujolismo y sus competidores de ERC o sus imitadores del PSC estructuraran con mano de hierro la red cultural y social catalana hasta convertirla en una sombra sectaria de lo que había sido pocos años antes.

Aquella Barcelona del tardofranquismo y de la Transición, la de Bocaccio, la de la gauche divine, la ilustrada y cosmopolita… era un rincón oxigenado, pero ha quedado destruida y los escritores y artistas que en ella brillaban han sido desterrados en su propia tierra a causa de un muy grave delito: el haber escogido para expresarse el castellano y no la lengua propia. Así, cuando la prestigiosa feria de Frankfurt decidió dedicar, hace bien poco, su atención a los escritores catalanes, los del tripartito decidieron que literatura catalana era únicamente la escrita en catalán y se negaron (pese a la demanda de los organizadores alemanes) a que se presentara en Frankfurt un solo libro catalán escrito en castellano. ¿Por qué? Porque, según estos miserables, el castellano no es la lengua de Cervantes sino la del franquismo.

Preguntado entonces Juan Marsé por su opinión acerca de aquella innoble discriminación, sólo se le ocurrió contestar: “Que se lo metan por donde les quepa” … y eso debieron hacer.
Pues bien, recuperando aquellos años a través de uno de sus mejores talentos, el poeta Jaime Gil de Biedma, se ha estrenado ahora una hermosa película: “El cónsul de Sodoma”, que ha dirigido el joven valenciano Sigfrid Monleón, basándose en un cuidado guión. La película está protagonizada por Jordi Mollá, que compone el personaje del poeta con un talento interpretativo admirable, combinando con gran sabiduría la intuición y la técnica.

No estamos ante un biopic o ante una hagiografía, sino que el espectador acompaña al protagonista hasta el fondo de la noche, aquel lugar en el cual a Gil de Biedma (nacido en 1929) le gustaba, a menudo, vivir. Porque Gil de Biedma (“Las personas del verbo”) decía con amable ironía que él no entendía cómo Dios sólo fuera Trino pues él, siendo un humano común y corriente, era “bastantes más que tres personas”.
El film atraviesa los últimos veinticinco años de la vida del poeta con un trasfondo histórico y generacional que contextualiza la narración sin interferir en la trama y es –a mi juicio- una película perfectamente conseguida. Llena de sentido y sensibilidad, resultando, en verdad, una obra emocionante.

Nada más estrenarse, desgraciadamente, se ha montado un doble escándalo: el de aquellos que la han repudiado por “explícita” (respecto a las escenas de cama) y a causa, también, de unas declaraciones de Marsé que, en mi opinión, resultan tan exageradas como improcedentes.
“Peor que mala. Es una película desvergonzada, de título infamante, dirigida por un fallero incompetente, mal interpretada y con diálogos deplorables”, ha dicho Juan Marsé.

Quiero pensar que las razones personales que han provocado esta salida de tono por parte del autor de “Si te  dicen que caí” no son las que ha denunciado el productor de la película, Andrés Vicente Gómez, quien también se ha despachado a gusto contra Marsé. Mas creo estar en lo cierto si digo que la película le hubiera agradado a Jaime Gil de Biedma… si el Sida no se lo hubiera llevado por delante en 1990 a los sesenta años de su edad.

 

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