Si lo que pretende Zapatero es dejarlo todo “atado y bien atado” mediante un congreso “rápido” pilotado por José Blanco y los suyos, apaga y vámonos. O mejor dicho, “el último que apague la luz”.
Echarle la culpa de la derrota en exclusiva a la crisis (tentación en la cual “la corte” va a caer) es una forma como cualquier otra de negarse a asumir responsabilidades. Y si no se asumen responsabilidades, no se pueden rectificar los errores.
Nadie espera que ZP vaya a reconocer sus errores, pero si el PSOE quiere sobrevivir tendrá que rectificar, de inmediato, orientaciones políticas como las seguidas por ZP en el ámbito territorial, en el energético o en el fiscal, por citar sólo tres. Pero tan importante como las rectificaciones políticas es cambiar de arriba abajo el funcionamiento interno del Partido. En otras palabras: urge eliminar, al menos, dos ismos: el caciquismo y el nepotismo. Un caciquismo que hoy maneja a su gusto las agrupaciones y, por agregación, las federaciones y un nepotismo que se hace visible al contemplar el actual sistema de selección del personal. En efecto, en el PSOE de Zapatero sólo se ha prosperado de la mano de la arbitrariedad. Una arbitrariedad que ha ascendido –entre sus muy variadas ocurrencias- a las más altas magistraturas del Estado a personas que jamás hubieran llegado ni a jefes ni a jefas de negociado.
Si la alternativa de futuro es –por ejemplo- Carme Chacón (“el final del paganismo y el comienzo de lo mismo”), no es que ellos estén locos, es que nosotros, el resto de los afiliados, si no somos capaces de impedirlo, nos mereceremos el desastre que vendrá de la mano de esta mujer cuya enorme ambición compite en volumen con su desfachatez.