EL MAL FRANCÉS

«El número pi de Euclides o el número G de la Ley de la gravitación de Newton, pensados antes como constantes y universales ahora son percibidos en su ineluctable historicidad… El teorema de Bell y sus generalizaciones recientes muestran que un acto de observación aquí y ahora puede afectar no sólo al objeto observado -como dijo Heisenberg- sino también a un objeto lejano (en la galaxia Andrómeda sin ir más lejos)… La construcción de Gödel de un espacio einsteiniano que admita curvas temporales, implica un universo en el cual es posible viajar al pasado personal».
Afirmaciones de difícil comprensión como éstas fueron publicadas por el físico Paul Sokal en la revista norteamericana, universitaria y progresista, Social Text bajo el título: «Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica».
En realidad el ensayo era, todo él, una broma. Una broma nada inocente. Sokal, a la vez que se publicaba este disparate en forma de ensayo, aclaraba en la revista Lingua Franca, bajo el título «Un físico experimenta con los estudios culturales», que todo era una patraña. «Nada de lo que escribí en Social Text sigue una secuencia lógica. Se trata de una mezcla de medias verdades, falsedades y oraciones, correctas sintácticamente, pero carentes de sentido. Afirmo, por ejemplo, que el axioma de la igualdad en la teoría matemática de conjuntos es análoga al mismo concepto en política feminista».
Es evidente que a los editores de Social Text les gustó el ensayo porque les gustó la conclusión, a  saber: que los últimos desarrollos de la ciencia proveen de un soporte intelectual para el pensamiento político «progre».
Cogidos en la trampa de aquel discurso de Sokal, frecuentemente abstruso, que echa mano de las metáforas científicas para intentar justificar la confusión mental, los editores de Social Text cayeron en el más absoluto ridículo. En el fondo, el ensayo de Sokal era una parodia, y algo más que una parodia, de la literatura pseudo-científica de los Lacan, Baudrillard, Virilio, Delleuze, Derrida, Kristeva y otros. Un exocet en la línea de flotación de un sedicente pensamiento, muy francés, que Sokal, con acierto, califica de «nebulosa post-moderna». No es de extrañar que Julia Kristeva, muy enfadada, y a falta de mejores argumentos, haya calificado a Sokal de «francófobo».
Tras el ensayo( traducido  al castellano ), Sokal y el físico belga Jean Bricmont publicaron el libro «Imposturas intelectuales». «Teníamos -declararon a la revista Le Nouvel Observateur- un número enorme de citas erróneas, sin sentido, ridículas». En efecto, el libro recoge citas de Lacan plagadas de referencias falsamente eruditas referidas a la topología y a la lógica matemática. Julia Kristeva confunde la noción de conjunto con la de intervalo. Baudrillard habla de «atracciones de los opuestos y espacios no euclidianos aplicados a la Historia». Virilio mezcla los intervalos espacio-temporales con términos de su propia invención, como telepología y espacio dromosférico. Delleuze y Guattari aluden al cálculo diferencial, las variedades riemanianas, los cardinales transfinitos, la mecánica cuántica y, en general, sus afirmaciones ni siquiera son erróneas, simplemente carecen de sentido.
Lo de Lacan con las matemáticas merece un comentario. Este conocido y admirado psicoanalista cuando habla, por ejemplo, de topología, toca de oído y sus metáforas resultan, a los ojos de cualquier matemático, simplemente “cantinflescas”. “Un corte en un toro (un tipo de superficie que se puede representar como un neumático hueco) corresponde al sujeto neurótico”. “En el espacio del goce, tomar algo acotado o cerrado constituye un lugar y hablar de ello constituye una topología”. En esta última cita, Lacan utiliza cuatro términos matemáticos: espacio, acotado, cerrado y topología sin tener ni la mnor idea de su sentido. En otras palabras, la frase de Lacan es un galimatías. Y para terminar, otros dos sinsentidos: “Hay que diferenciar entre la ambigüedad que se inscribe en el significado, o sea, en el bucle del corte, y la sugestión del orificio”, y, finalmente, la traca: “El órgano eréctil es igualable a la raíz cuadrada de –1”, lo que nos lleva directamente a Woody Allen cuando dijo: “No podéis tocar mi cerebro, es mi segundo órgano favorito” (El dormilón, 1973). Y seguimos:
«Una representación se define como un conjunto completo de observables que conmutan» (Virilio). «La ecuación einsteiniana: E=MC2 ¿es una ecuación sexista? Puede que sí, en la medida que privilegia la velocidad de la luz ignorando otras velocidades en la que estamos vitalmente representadas» (Luce Irigay). «La constante einsteiniana no es una constante, no es un centro. Es el concepto de variabilidad, es, en definitiva, el concepto del juego» (Derrida).
Las reacciones producidas por el libro de Sokal y Bricmont no se hicieron esperar. Le Nouvel Observateur publicó un largo trabajo con un significativo titular en portada: «¿Son los intelectuales franceses unos impostores?». En Le Monde, Bruno Latour intentó echar un capote bajo el título «¿Hay una ciencia tras la guerra fría?». Allí aseguraba que Sokal es una mezcla entre Voltaire y el senador Mc. Carthy.
Pero Sokal no es ningún reaccionario, al contrario, es un hombre de izquierdas que durante un tiempo dejó su cátedra en EE.UU. para dar clases de matemáticas a jóvenes en Nicaragua. Una persona que, simplemente, no entiende por qué la deconstrución ayuda a la clase obrera. Que cree, inocentemente, que hay verdades objetivas acerca del mundo y que su trabajo como científico consiste en descubrir algunas de ellas. Alguien que pretende tan sólo defender a la ciencia de las hordas bárbaras de los sociólogos y filósofos de café para quienes un texto es más profundo cuanto más oscuro.
A Sokal le irrita que la mayoría de estas abstrusas estupideces emanen de la auto-proclamada izquierda. Una izquierda que ha de reclamarse de su propia tradición. Defensora de las luces, de la ciencia contra el oscurantismo. Partidaria del pensamiento racional y del análisis objetivo. Es evidente que el giro de estos académicos sedicentemente progresistas hacia posiciones de relativismo científico mina las bases de la crítica social para instalarse en el limbo de la mistificación confusa. En este sentido, la denuncia demoledora de Sokal y Bricmont representa una bocanada de aire fresco que no hará sino bien.
Los españoles -especialmente los de izquierdas- hemos sido a menudo víctimas de estas mistificaciones francesas hasta límites que hoy nos avergüenzan. A menudo, detrás de interpretaciones “marxistas”, como las de Althusser,  de magnos ensayos, como los de Baudrillard, o de sesudos análisis económicos como los de Betelheim… no había nada o casi nada. Quizá sólo servían para extraer algún catecismo, como el de la chilena Marta Harnecker –que vendió en España más ejemplares de su obra que Corín Tellado de las suyas-.
Argumentos abstrusos, conceptos retorcidos, sectarismos varios, nos han estado engañando demasiado tiempo. Por eso hay que bendecir a Paul Sokal y a Jean Bricmont por su buena obra, por haber puesto a estos impostores en su sitio.
Detrás de todo esto hay endogamia, confusión y manía. Endogamia como sistema de autodefensa. Ya lo escribió el británico David Lodge en su «Ley académica»: «Es imposible exagerar cuando se adula a nuestros colegas». Confusión post-moderna derivada (en el doble sentido de deducida y a la vez a la deriva) de una evidente falta de anclajes y de la manía que los ensayistas sociales y los filósofos practican de apoyarse reverencialmente en las ciencias duras y en las matemáticas sin conocer sino de oídas a unas y otras.
En lugar de tanta metáfora en términos de física quántica, harían mejor en releer a Buffon, que en su «Discurso sobre el estilo» ya escribió lo siguiente: «Este defecto es propio de los espíritus cultivados, pero estériles. Ellos tienen palabras en abundancia, pero no ideas. Ellos trabajan con palabras y se imaginan haber combinado ideas cuando han ordenado frases y haber depurado el lenguaje cuando lo han corrompido».

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