FANTASMAS

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Según el maestro Javier Marías, que se ha ocupado de estas cosas, los fantasmas sufren –en su condición de inmortales- de un defecto: la ausencia del descanso eterno y esta carencia los desasosiega hasta la desesperación. Ya Borges trató de explicar en más de una ocasión la angustia que conlleva la insoportable pesadez de la inmortalidad.
Y puesto que son inmortales, los fantasmas no pueden ser eliminados. Lo acaba de señalar Rajoy con el dedo al hablar de un millón doscientos mil fantasmas, los inmigrantes sin papeles que salen por las noches –como Drácula-  a chupar la sangre de los nativos (aunque como estadístico se me ocurre preguntar cómo ha contabilizado estas ánimas en pena y sin papeles el señor Rajoy).
El fantasma de la inmigración, que recorre desde hace tiempo Europa, se agita según convenga. Para unos es una bendición (lo que es cierto) y para otros es fuente de problemas (lo que también es cierto). Pero nadie parece dispuesto a plantear –de veras- el asunto. Por ejemplo, mediante un plan nacional. Unos no lo quieren porque no les gusta la planificación y otros porque piensan que el problema está ya transferido a las Comunidades Autónomas, como casi todo.
En otros tiempos existía en la Administración otro tipo de fantasmas, el de aquéllos que, dejando una chaqueta en el respaldo de la silla, partían desde su despacho hacia mejores destinos. Pero de este fantasma, el de una reforma administrativa que impida, por ejemplo, tratos diferentes a trabajos parejos ya hablaré otro día.

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