HAMBRE

 
Mi tía Julia, que era una jovencita cuando estalló la guerra civil, se quejaba siempre del hambre que habían pasado durante los meses en que Santander permaneció fiel a la República (julio 1936 -agosto 1937), aislada por el sur, es decir, sin trigo y sin aceite.
-Sin poder cultivar la tierra, pues los hombres estaban en el frente y mi padre en la cárcel, con una familia de San Sebastián refugiada en casa y a nuestro cargo… pasamos más hambre que “carracuca”. Los rojos –continuó- venían cada día a ordeñar las vacas y a llevarse la leche. A nosotros nos la racionaban.
– Bueno, pero los de ahí abajo (obreros del astillero, del ferrocarril y de las minas) lo pasarían peor… -me atreví a decir.
– Sí –contestó mi tía-, pero ésos ya estaban acostumbrados.

 

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