Fue el líder máximo quien afirmó lo siguiente: “Bajar los impuestos es de izquierdas”. Claro que lo dijo antes de que cayeran chuzos de punta sobre la economía española. Ya en plena crisis, la tesis fue matizada por el número dos, José Blanco, que al final del verano de 2009 anunció, con el correspondiente acompañamiento de atambores: “Vamos a subir los impuestos, pero sólo a los ricos”. Más tarde se supo otra noticia por boca de Elena Salgado –llegó Paco con la rebaja –: “Únicamente se subirá el IVA”. Un impuesto indirecto que, como todo el mundo sabe, sólo pagan los ricos. En fin, que la coherencia del logos gubernamental, al menos en este asunto, ha brillado por su ausencia.
¿Y qué decir del PP? Pues a éstos no se les puede tachar de incoherentes. Son coherentes en su contumaz y machacón discurso según el cual bajar los impuestos conduce, inexorablemente, a la prosperidad… y lo dicen al modo de Bartolo, que tocaba la flauta con un agujero solo, pero, como diría Karl Popper, este aserto es fácil de falsar. Vamos, que no es preciso ser un lince para demostrar su falsedad, pues para ello basta con mirar hacia los países con más alta renta por habitante y comprobar que, en Suecia, por ejemplo, los impuestos son bastante más altos que en Grecia.
La conclusión a la que llego es que, por estos lares, en este como en otros asuntos, primero se dispara y luego se apunta. Piénsese, por ejemplo, en la eliminación del impuesto de sucesiones. Supresión iniciada por varias Comunidades Autónomas –que, mientras lo hacían, exigían más dinero del Estado- y continuada por el actual Gobierno, que al eliminarlo hizo pasar este impuesto a la Historia. Eso sí, con el aplauso general (¿pero hay alguien por ahí al que le guste pagar impuestos?).
Y así vamos, con un déficit de caballo y sin que nadie se atreva a meterle de verdad el diente –aparte de al fraude- a una fiscalidad cuya columna vertebral es el IRPF, un impuesto que pagan casi exclusivamente (el 90% de la recaudación) los asalariados.