La plaga de la demagogia no es de ayer. Ya Pericles tuvo que soportarla, para desgracia de los atenienses, y es ese mismo virus el que infecta hoy en España el debate en torno a la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) –tan esperada- acerca de los recursos de inconstitucionalidad presentados en su día contra el nuevo Estatuto de Cataluña. Un texto que nunca gozó de consenso (uno de esos recursos está presentado por el PP) ni en el Parlamento catalán ni en las Cortes. Un texto siempre conflictivo que fue aprobado en referéndum con un porcentaje de síes respecto al censo, simplemente, ridículo. Así que menos lobos.
En cuanto al fondo del asunto, conviene ser claro: al TC no se le pregunta si una norma jurídica es constitucional o no lo es. Lo que se le pregunta es si ese texto posee la legitimidad constitucional que lo convierte en norma jurídica o no la tiene. Porque cuando una disposición de cualquier Parlamento –con o sin referéndum- se sale del cauce constitucional, carece de legitimidad y no pasa de ser una mera apariencia de derecho… y eso, precisamente eso, es lo que le pasa al nuevo Estatuto en asuntos tales como la obligatoriedad de la lengua catalana, obligación que es claramente inconstitucional, tal y como dejó ya meridianamente claro el TC en una sentencia sobre idéntico tema, sentencia de la que fue ponente Francisco Tomás y Valiente.
La guinda de este pastel de chantajes y amenazas contra el TC la han puesto, por ahora, doce periódicos catalanes publicando el mismo editorial. Un texto tan amenazador como mentiroso que sólo deja clara una cosa: el pluralismo político corre un serio peligro en Cataluña.
¿Y qué va a ocurrir si el TC echa abajo (como es su obligación) algunas partes significativas del mentado Estatuto?
Los políticos catalanes destilarán unas gotas más de victimismo, única fuente nutricia del catalanismo y del nacionalismo allí coligados… y como escribió Cervantes, “caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. Nada.