El Presidente del Gobierno ha dicho: “Voy a hablar con los directivos de los bancos para que arrimen el hombro y los créditos lleguen a las familias y a las empresas”… y ante tan razonables demandas presidenciales uno se pregunta si a lo que se dedican los bancos no es, precisamente, a otorgar créditos… y a cobrarlos (aparte, claro está, de sangrarnos a base de cobrar comisiones hasta por respirar). De las palabras de ZP cabría deducir que eso de otorgar créditos depende de la mejor o peor voluntad de los banqueros… y ése no es un buen diagnóstico.
Durante los cinco años anteriores a 2007 (2002-2006) se inició en España la construcción de tres millones y medio de viviendas (ochocientas ochenta mil sólo en el año 2006) que podrían alojar en torno a once millones de personas… Esas viviendas tenían y tienen detrás una hipoteca y, como consecuencia de esos créditos baratos y masivos, la fiebre inmobiliaria no sólo se comió el ahorro interno, sino que los bancos, ante un negocio tan impecable, recurrieron al endeudamiento exterior hasta acumular hoy una deuda externa próxima a los 500.000 millones de euros… y ahora, cuando los precios de los pisos caen, lo mismo que los valores bursátiles -para no hablar del crecimiento de la morosidad y de los impagos- hay que pagar esa deuda… y por eso restringen los créditos a la vez que pagan más por el dinero que captan.
La crisis española no puede explicarse tan solo –como pretende el Gobierno- por la contaminación financiera exterior, tiene, además, una especificidad propia que se llama ladrillo… Echar sobre las espaldas del actual Gobierno la responsabilidad en exclusiva del desastre sería injusto (la cosa viene desde mucho antes), pero es preciso añadir que este Gobierno no ha hecho prácticamente nada por detener a tiempo esa bola de nieve que amenaza ahora con aplastarnos.