NUEVOS MINISTERIOS

 

La pelea competencial entre los ministerios que dirigen, respectivamente, Miguel Sebastián y  Cristina Garmendia resulta sintomática y no por la pelea en sí, que tiene, seguramente, raíces burocráticas (todo buen burócrata intenta conseguir las máximas competencias para ejercerlas con las mínimas responsabilidades) sino porque denuncia el síndrome (muy agudizado en los últimos tiempos) que bien podría llamarse de “fecundidad ministerial”.
 En aras del dios de “lo nuevo” –becerro de oro en cuyo altar el “nuevo” socialismo está dispuesto a realizar cualquier sacrificio humano- se crean y destruyen ministerios como si fueran cartas de la baraja en manos de un ilusionista.
Por ejemplo, se decide dividir la adscripción ministerial de la Educación (lo que queda de ella, pues la parte mollar está ya en las Comunidades Autónomas) y, además, se cambia el enfoque: de una función (la de enseñar y aprender) se pasa a una clientela: las familias (educación no universitaria y los servicios sociales)… y se arma un buen lío, por no hablar del Ministerio de Igualdad, cuyas competencias siguen siendo confusas, difusas y profusas.
A estas alturas, el Presidente del Gobierno debiera saber que no es posible hacer funcionar –ni a medio gas- un “nuevo” ministerio en menos de año y medio, porque un Departamento Ministerial no es lo mismo que la agrupación socialista de San Andrés de Rabanedo (único aparato burocrático que han manejado a su gusto y con sumo provecho personal nuestros más altos líderes antes de llegar a la cima del Gobierno).
En un Estado tan descentralizado como el español, al Gobierno le bastaría con media docena de Ministros. Lo cual no traería sino ventajas, porque cuanta menos gente, más claridad… y menos declaraciones y, por lo tanto, menos contradicciones.
 

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