Uno de los fenómenos más chocantes y a la vez más significativos que se producen en torno a los separatistas catalanes es el silencio. La falta de respuesta a los groseros y provocadores “argumentos” que emanan de los aparatos ideológicos a su servicio. Hace poco la Generalitat publicó un “estudio” acerca del “expolio que España le ha hecho a Cataluña” y que el documento cuantificaba en 9.300 millones de euros (el día siguiente Durán y Lleida rebajaría la ofensa a menos de la mitad). Ningún organismo del Estado tuvo a bien dar respuesta a tal patraña.
Aquí sigue vigente una sentencia según la cual “dos no riñen si uno no quiere”. Pero ya es hora de atenerse a otra evidencia: “Una batalla que no se da se pierde siempre”. Y uno se pregunta: ¿cómo es posible que no se opongan al virus separatista los catalanes perseguidos por él? ¿Por qué no defienden el derecho a usar su lengua materna? ¿Quieren hacerse perdonar sus orígenes charnegos?
Pero ¿cuántos charnegos hay en Cataluña? A este propósito, Juan José R. Calaza nos ha recordado algunas verdades del barquero:
En Barcelona los apellidos más frecuentes son, por este orden, García (24,7 por cada 1.000 habitantes), Martínez, López, Sánchez, Rodríguez, Fernández y hasta 34 apellidos antes del primer apellido catalán: Ferrer (2,1 por cada 1.000 habitantes).
Durante el siglo XX emigraron a Cataluña, desde el resto de España, aproximadamente 2 millones de personas. Supongamos que la edad media en el momento de emigrar era de 22 años. ¿Cuánto costó su manutención y formación hasta esa edad? Calculemos, por lo bajo, 3.000 euros por persona y año, es decir, 66.000 euros por cada emigrante, cantidad que multiplicada por dos millones arroja un total de 132.000 millones de euros. Una balanza demográfica de la cual nunca hablarán los separatistas.
Una coda final: en 2011 hubo en España 1.667 donantes de órganos (35,3 por millón de habitantes). En Cataluña 31,6 por millón. Muy lejos de Cantabria (67,8) o de La Rioja (62,5). ¿Contabilizamos también esto?