Chris Patten fue el último gobernador de Hong Kong y en la actualidad es el Rector de la Universidad de Oxford. Su experiencia universitaria es larga y rica y lo que piensa de la institución universitaria es clara y libérrima:
»Estas instituciones deben ser bastiones de libertad en cualquier sociedad. Deben quedar al margen de la interferencia gubernamental en cuanto a sus propósitos principales de investigación y docencia; y deben controlar su propio gobierno académico. No creo que sea posible que una universidad se convierta en una institución de renombre mundial, o continúe siéndolo, en ausencia de esas condiciones.
En un artículo reciente[1], aparte de denunciar la ofensiva que el Gobierno de Pekín está lanzando contra los universitarios de Hong Kong, también se mostraba muy crítico contra los sectarios que se agrupan en torno a lo “políticamente correcto” y que en las universidades norteamericanas y británicas están, pasito a pasito, imponiendo sus criterios claramente censores, “intentando –escribe Patten- limitar las discusiones y el debate. Sostienen que no se debe exponer a la gente a ideas con las que está en desacuerdo. Además, afirman que se debe reescribir la historia para eliminar los nombres (aunque no el legado) de quienes no cumplen las reglas de la corrección política. Thomas Jefferson y Cecil Rhodes, entre otros, han sido puestos en la picota. ¿Cómo le iría a Churchill y Washington si se les aplicaran las mismas evaluaciones? […] Se piden espacios seguros, donde se pretende proteger a los alumnos de todo lo que pueda agredir su sentido de lo adecuado«.
El “sentido de lo adecuado” no se diferencia en nada del código Hays o de las normas de censura franquista (que muy “adecuadamente” sintetizaba los criterios religiosos con los políticos). Estos novísimos censores, portadores de tópicos y buenismo sin límites se han visto seriamente reforzados por la existencia de las llamadas “redes sociales”, recipientes llenos de calumnias y de insultos.
[1] “El colapso de la mente académica”, El País, 6 de marzo de 2016.
3 ideas sobre “Políticamente correctos”
Entonces, visto este artículo, que hacemos con la complutense de Madrid?
Un saludo D. Joaquín Leguina, le sigo en @herreraencope. D.JOAQUIM!
Genial, Sr. Leguina. Lo «políticamente correcto», a mi entender, entronca con el «pensamiento débil», acuñado por Vattimo, y que en esencia supone el abdicar de mis ideas para no confrontarlas con el otro, si estimo que son distintas, en aras del entendimiento y la concordia… ¿Y es que esto no es autocensura sutil, «edulcorada» (siempre desde el Poder, todo surge desde el Poder -paradigmática al respecto es la obra «La creación social de la realidad», de Berger y Luckmann-) con la pretensión final de anular el debate de las ideas…?. El Poder nos quiere zombies.
Esta es la explicación fundamental de la pavorosa decadencia de todo lo que sean letras o humanidades. Para progresar en ellas, para hacer «carrera académica», actualmente no hace falta tener conocimientos de ningún tipo. De hecho los conocimientos sólidos son ya un lastre. Lo que hay que hacer es militar (con vasallaje perruno, eso sí) en las ideologías dominantes .Así, por ejemplo, basta con ser entusiasta ecofeminista para poder escribir un número infinito de publicaciones sobre absolutamente cualquier tema (sea la historia de la filosofía presocrática, sea sobre la situación de las mariposas de colores entre las tribus bantúes), y sin necesidad de más conocimientos sobre el asunto que los que pueda proporcionar un sumarísimo vistazo a la Wikipedia. Estos publicaciones serán inmediatamente admitidas en alguna de las innumerables revistas dedicadas a estos temas; estas revistas tienen un elevadísimo índice de impacto, pues el número de «investigador@s» que «trabajan» en tales temas es altísimo (cómo no va a serlo si no hace falta ninguna preparación especial para entrar en tal categoría); en consecuencia, los autor@s de tales escritos cumplirán inmediatamente con todas las exigencias formales para ser catedrátic@s. Por lo demás, quienquiera que se atreva a esbozar siquiera una crítica será inmediatamente tachado de machista, misógino, patriarcal, neocapitalista (sic), etc., y sus posibilidades de promoción académica se esfumarán para siempre.
Con los títulos universitarios sucede lo mismo que con el papel moneda: si quienes tienen la responsabilidad de emitirlo tienen todo tipo de estímulos para emitir cuanto más mejor, y ninguna motivación práctica (más allá de la vaga «responsabilidad moral») para vigilar la calidad del producto, el resultado inevitable es la superinflacción. Y así están las jóvenes generaciones repletas de chiquill@s con varios títulos universitarios, incapaces de encontrar trabajo, porque ya «el mercado» se ha enterado de que sus títulos no garantizan absolutamente nada.
La más importante vía de ascenso social que tenían las clases más humildes, el ascenso a través de la educación, ha quedado totalmente bloqueada por la demagogia pretendidamente de izquierdas, que identifica esfuerzo y excelencia con clasismo.