Ante correas que ahorcan y matas que nada ocultan, el PP repite un ritual que de tan conocido es de fácil descripción: cuando alguno de sus miembros es cogido con las manos en la masa, primero niegan la mayor, luego reclaman la presunción de inocencia para, más tarde, desprenderse del lastre apartándolos de sus filas “para que intenten demostrar su inocencia… si pueden”. Y si, al fin, los aprovechados dan con sus huesos en la cárcel, se mira para otro lado y en paz.
¿Qué podrían hacer los partidos para acabar con la tríada infernal que forman el amiguismo (nepotismo), el mangoneo (mangonear: entremeterse uno en cosas ajenas, pretendiendo mandar y disponer) y la corrupción?
En primer lugar, aprobar normas para incentivar el auto-control. ¿Cómo? Penalizando económicamente a los partidos cuyos miembros sean condenados por delitos ligados a la corrupción.
En segundo lugar, aplicar el viejo principio cristiano según el cual “quien evita la ocasión, evita el pecado”… y las ocasiones del pecado se relatan con facilidad: 1) Recalificaciones urbanísticas, 2) Contratos de obras (carreteras, edificios… todo tipo de infraestructuras) y 3) Contratos de servicios y contratos personales (que van desde la entrada por la puerta falsa en la Función Pública a concesiones variadas y preparación de festivales y festejos varios), incluyendo también las licencias de apertura y otras.
Para evitar la “ocasión” de las recalificaciones urbanísticas bastaría con que -una vez aprobados los planes generales- los políticos dejaran las cosas en manos de comisiones técnicas. Comisiones cuyos miembros (funcionarios y no funcionarios) estén lo más lejos posible del “terreno” y con sus honradeces personales bien contrastadas. De igual modo, comisiones ad hoc serían las encargadas de otorgar los contratos por obras, las concesiones y las contrataciones de servicios.
En pocas palabras, los políticos serían los encargados de decidir el qué, el cómo y el cuándo se ejecutan las decisiones, pero no decidirán quién es el beneficiario o el encargado de llevar a cabo el servicio o la obra. Se trata de acabar con la discrecionalidad en la vida pública.
Sencillo, ¿verdad? Pues me temo que los grandes partidos no están dispuestos a sacar sus manos de la cesta del pan