Tarjeta de Navidad

La verdad es que ya nadie tiene el cuerpo para aguantar dosis altas de malas noticias. Malas nuevas -producidas por los heraldos negros: periodistas, economistas y otros cenizos- que se suministran sin tasa desde que estalló la crisis, cuando deberían recetarse en dosis homeopáticas, es decir, con cuentagotas. Por eso a las almas sensibles, como la de Francisco Sosa Wagner o la mía, nos ha escandalizado que Benedicto XVI se haya sumado a los malos agüeros y le hemos enviado una tarjeta de Navidad . Este es el texto:

»Parece solazarse, Santidad, anunciando desapariciones. Primero confesó que el infierno no existe. Claro que no, todos éramos conscientes de que se trataba de un truco para asustar, pero era tan eficaz y tan lleno de resonancias literarias: Dante con sus círculos y sus reyes y sus papas y sus traidores y toda clase de gente poderosa e infame cuya vida ultraterrena entre llamas y otras torturas nos complacía y nos ayudaba a soportar la vida terrenal… Pues todo era mentira. Aquella maravilla de ilusión quedó abolida –eso nos dijo, apoyado, seguramente, en sus selectos saberes teológicos-. Permítanos decirle que fue una crueldad innecesaria, Santo Padre.

»Ahora nos anuncia otra desaparición. Y nos preguntamos ¿qué le ha llevado, Santidad, a, de un papirotazo, desmontarnos el belén suprimiendo el burro y el buey del portal navideño?

»Sabíamos que en el aquel trance natalicio esos dos mamíferos eran puro embeleco, tan ingenuos no somos, pero ¿qué necesidad había de hacernos caer del burro? Ninguna, acaso un prurito de pureza teológica, apta para una cátedra en alguna universidad pontificia, pero inservible para fantasear, ahora que tanto lo necesitamos.

»La religión -parece mentira tener que recordárselo, Santidad- es pura inspiración, la poesía que alfombra el camino hacia la Gloria.

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