TULIPANES Y CASINOS

 Cuenta Zbigniew Herbert en su conocido relato “El amargo olor del tulipán” (una flor que, por cierto, carece de aroma) que durante la llamada fiebre de los tulipanes de 1635 se llegaron a pagar 5.000 florines holandeses por un bulbo de la variedad Semper Augustus. Con 5.000 florines de la época podía comprarse en Holanda una casa con jardín, que no debía de ser barata, pues en aquel país siempre escaseó el terreno.
 Pero aquella locura, si se mira con ojos actuales, hasta puede parecer razonable… al fin y al cabo, los holandeses con el negocio del los tulipanes  (cuya semilla puede tardar varios años en dar flor) no hicieron otra cosa que inventar lo que hoy se llama mercado de futuros.
Esos mercados de futuros -por ejemplo el del arroz, que con sus vaivenes puede dejar en un pispás sin comida a mil millones de asiáticos, o el del petróleo, que puede encarecer el litro de gasóleo hasta hacerlo más caro que el del aceite de oliva- son, todos ellos, propicios a la especulación, panal donde acuden esos vampiros que llamamos especuladores… como el mercado de la vivienda en España, que ha llevado a construir tal cantidad de casas que ahora hay vacíos por encima del millón de pisos… Y ¿para qué sirven y a quién sirven los pisos vacíos?
En fin, estamos ante lo que se ha llamado “economía de casino”. Un casino en el que perdemos todos y que sólo beneficia a unos pocos hábiles gananciosos que no aportan nada al bienestar común.
Si hay gente con dinero a la que le gusta el juego, habrá que procurar que se vayan todos a Las Vegas o a Torrelodones, pero que nos dejen en paz. ¿Cómo? Cerrando algunos mercados de futuros, obligando a retener las acciones compradas al menos tres meses, gravando las viviendas vacías… En fin, ideas, haylas. Se trata de ponerlas en práctica.

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